domingo, 9 de julio de 2006

CAMPIONI DEL MONDO


No soy chakiroso. Los himnos y esa pasión con que lo entonaron los italianos, el estadio, la aparente serenidad de los franceses y este sol brillante y amarillo de Cartagena de Indias a la una de la tarde, estremecen a cualquiera. Estaba sin piernas.
El que no se emocione está muerto. Y así fue, un partido como deben ser las finales: estructuralmente emocionales. Final que no mueva el alma, no es final. Se me erizaba la piel y el corazón empezaba a bombear más fuerte. Se me quería salir del pecho. La adrenalina (también llamada epinefrina, es una hormona vasoactiva secretada en situaciones de alerta por las glándulas suprarrenales) invadió mi cuerpo hasta el celaje. Tuve que caminar para calmarme.
Para rematar, sentí envidia de la buena con los árbitros argentinos. Me hubiera gustado ver allí a Oscar Julián Ruiz y sus asistentes colombianos, pero no alcanzamos. Bueno, de todas maneras América estuvo de protagonista en la final con sus árbitros ¡América, árbitro de una contienda Europea!
El juego se desarrolla con una carga emocional inmensa, no hay control. La razón se hace pesada y aparece el penalty a favor de Francia. El fantástico gol de Italia es también producto del instinto, no salió de los pies, del piso, sino de la cabeza, del cielo. Es el sello de la gloria. Zidane no resistió, se reventó.

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